Lira porteña n° 09
Solsticio de invierno y el arte de la repetición en un mundo enfermo
Por Javiera Carmona Jiménez
En las tradiciones paganas, el solsticio de invierno es la oportunidad para crear y recrear rituales enfocados en estimular la energía del renacer, de la transformación y la creatividad ante el inicio de un nuevo ciclo de la naturaleza, de la vida. El We Tripantu Mapuche, el Inti Raymi Quechua, el Machaq Mara Aymara, el Shalako del Pueblo Zuni en Nuevo México, el Soyal de los Hopi en Arizona, son algunos rituales de los pueblos originarios de todo el planeta realizados en la noche más larga del año, los que llegan al clímax cuando aparecen los primeros rayos del sol.
Más allá del sentido ancestral y cósmico que tienen estos rituales astronómicos, la celebración del solsticio de invierno puede ser vista también en el contexto actual de crítica a las políticas de estado sobre los pueblos originarios que no han avanzado lo suficiente en la reparación y justicia de la violación de sus derechos no sólo en los doscientos años de vida republicana, sino más bien desde hace más de 500 años con la invasión europea al continente americano y el inicio del proceso de mundialización de la cultura occidental. Desde este punto de vista, celebrar el solsticio de invierno es también un acto político de resistencia, reivindicación y visibilización de las demandas de un sector de la sociedad sometido a muchos tipos de violencia que continúan en el presente.
Efecto del daño infringido a los pueblos originarios es la existencia de hombres y mujeres que tienen ascendencia indígena pero no conservan ningún rasgo cultural asociado a estas tradiciones. Como señala en sus versos el poeta David Aniñir, ante esta carencia del Mapuche urbano producto de la violencia del Estado monocultural, es la discriminación e injusticia lo que queda como elemento compartido que sostiene en la ciudad la identidad menoscabada de esta población. En Santiago, Valparaíso, Arica, Iquique y muchas otras ciudades del país hubo actividades organizadas por los gobiernos locales y las propias comunidades para promover la experiencia ritual del solsticio de invierno de los pueblos originarios. Sin duda, se trata de un gesto que puede adquirir mucho sentido para múltiples comunidades que comparten y se encuentran en este ritual. No pasa desapercibido que haya sido el 21 de junio, el día en que el Presidente Gabriel Boric anunció la creación de la “Comisión para la Paz” para avanzar en la devolución de tierras Mapuche.
Incluso para quienes no poseen ninguna conexión intelectual, política o estética con la problemática de los pueblos originarios y el Estado, el solsticio de invierno surge como una efeméride abierta a la resignificación y la apropiación de diversas comunidades que se constituyen en afinidades variables que comienzan a interpretar el 21 de junio como un punto de inflexión monumental en el continuum de la vida cotidiana. Tomarse el día libre solo para descansar o prestar atención al movimiento del sol; para reflexionar sobre el ciclo que se ha cerrado, para acudir a una ceremonia organizada por comunidades o crear la propia y reunirse en torno a una mesa provista de alimentos y bebidas que todos han aportado; escribir deseos, intenciones y agradecimientos que pueden ser compartidos y visibilizados o dedicarse a la limpieza y despeje colectivo del espacio vital en escalas variables (barrio, la vivienda, la habitación, la cama, lo interior…), hacer ofrendas y dejar tiempo y espacio para la creación y la imaginación, son prácticas de autocuidado individual que se articulan en el colectivo y que se popularizan en la medida que se reconoce la des-ritualización como una carencia socialmente nociva.
La ritualidad desarrolla un lenguaje y narrativa duradera que supera la contingencia y opera como agente reconstructor que revierte o al menos contiene los perjuicios de la violencia. Visto así, el ritual no expresa la oposición entre lo arcaico y lo moderno, la clásica división de mundos de la sociedad contemporánea. Para el filósofo español Juan Antonio López Cordero se trata más bien de la oposición entre la vocación de permanencia frente al auto aniquilamiento del violento sistema consumista que nos devora, y ejemplifica con el tránsito español desde el fascismo a la República.
Los ritos son formas sociales y simbólica que establecen la frontera del individualismo al preservar el espíritu del cuerpo colectivo. Según el filósofo coreano Byung-Chul Han, se trata de la forma central de visibilización de las instituciones basada en la relación dialéctica entre identidades culturales y ritualidad.
En 2020 apareció la versión en español del libro “La desaparición de los rituales” de Byung-Chul Han, donde reflexiona sobre las profundas y perniciosas En 2020 apareció la versión en español del libro “La desaparición de los rituales” de Byung-Chul Han, donde reflexiona sobre las profundas y perniciosas
consecuencias para hombres, mujeres, niñas y niños y las colectividades de la mutilación de la ritualidad en las sociedades contemporáneas. El ritual permite gozar de la plenitud de las relaciones sociales como manifestación de libertad, sin miedo; como reactivación colectiva que se opone radicalmente a los discursos de la inseguridad, de la amenaza, la desconfianza y miedo que recibimos y reproducimos sistemáticamente. El ritual bloquea el componente individualista de nuestro comportamiento, permite mermar el narcicismo avasallador, el consumismo y la economía del deseo. El productivismo frenético para alimentar el consumo salvaje nos disociaría de lo duradero y permanente. El ritual exige la pausa para repensarse en colectivo. Para Byung-Chul Han, despojarnos de la dimensión ritual de la vida porque se le considera llena de prácticas obsoletas, ha empobrecido nuestra capacidad de desarrollar herramientas emocionales e intelectuales para hacer frente a los desafíos cotidianos. La mirada de Byung-Chul en ningún caso pretende exaltar un pasado ancestral en la defensa del ritual. Solo señala que nos hemos privado de un marco ordenador que no fue reemplazado por nada y ha dejado un vacío patologizante que mantiene enferma a nuestra sociedad des-ritualizada.
Byung-Chul Han incentiva el ejercicio de detenerse a repensar nuestra realidad menoscabada que antecede a toda acción transformadora o de reacción a la perturbación que mina nuestra confianza y seguridad colectiva, como es el cambio climático, el racismo, la violencia en general.
El goce de la repetición que encierra todo ritual más allá de convertirse en hábito o costumbre, se trata de sintonizar con los ciclos vitales a través de una repetición estructural que permite la complementariedad del cambio y la permanencia.
El arte de la repetición está en el ritual y en quien lo administra o conduce. Recordemos las imágenes de la Machi por Gloria Fierro en el Fondo de las Artes de la Universidad de Playa Ancha. El retrato de la mujer posando con su vestuario noble e instrumentos divinos (ramas y kultrún) que al amanecer dirigirá a las niñas y niños presentando sus honores al árbol sagrado del canelo, y que antecede la comida compartida y gozada hasta el anochecer, y la Machi ensimismada en los preparativos del día anterior, recogiendo en su interior los indicios de lo que será el nuevo ciclo que se abre para todas y todos.
Gloria Fierro, “Agüita e’ monte”. Litografía, 65 x 46; .2009
Gloria Fierro, “Ngenpëñën”. Litografía, 64 x 43; .2011

Javiera Carmona Jiménez
Periodista, Magister en Arqueología y Doctora en Historia, Mención Etnohistoria. Académica del Departamento de Antropología de la Universidad de Tarapacá (Arica) y aborda los estudios de museos, patrimonio cultural, afrodescendientes y cultura contemporánea-comunicación. Actualmente investiga públicos, inclusión y diálogo intercultural en el Museo Arqueológico de San Miguel de Azapa de la Universidad de Tarapacá.