Sala Pilar Domínguez
La enseñanza y aprendizaje del grabado fluye entre los talleres de artistas y el espacio universitario desde 1931, cuando Marco Aurelio Bontá incorporó esta disciplina a la formación artística en la Universidad de Chile en Santiago, gestando un espacio estimulante que incentivó las capacidades creadoras de los jóvenes Carlos Hermosilla y Julio Escámez. Al poco andar, cada uno de ellos asumió a su vez la formación de artistas en regiones, tanto en Viña del Mar (1939) como Concepción (1953), convirtiéndose en los maestros emblemáticos de las historias locales del grabado. Las generaciones de artistas se suceden una tras otra y los vínculos y conexiones entre las aulas universitarias y los talleres son constantes en este desarrollo. Nemesio Antúnez fundó el Taller 99 en 1956, el que luego fue parte de la Escuela de Arte de la Pontificia Universidad Católica de Chile con destacadxs artistas como Eduardo Vilches, Pedro Millar entre otros. En tanto, a fines de la década de 1960, Guillermo Deisler condujo la formación de artistas en la sede en Antofagasta de la Universidad de Chile, espacios artísticos críticos y reflexivos que vivieron la censura, cierre, persecución y exilio de lxs creadorxs con el Golpe de Estado de 1973. En el contexto adverso de la Dictadura un decidido grupo de maestrxs que se mantuvo en el país fundó el Taller de Artes Visuales (TAV) y continuó con la enseñanza del grabado y la impresión de las obras. En 1981 se retomó parcialmente la formación universitaria del grabado con la iniciativa de Teresa Gazitúa en la institución privada Universidad Finis Terrae en el marco de reforma del saber del grabado.