Lira porteña n° 37

Mi año de aprendiz

Por Karla Jofré Maldonado

La definición primaria de la Real Academia de la Lengua señala que aprendiz es una persona que aprende algún arte u oficio. Y eso es exactamente lo que he estado haciendo desde abril de este año en el taller Metales Nobles del Museo Universitario del Grabado como parte de la escuela de Calcografía. Llegué con algo de teoría y nula práctica. No tenía muchas expectativas, pero sí muchas ganas.

Ser parte de un taller no solo es asistir a un lugar donde se convive y se comparte un oficio con colegas y artistas, en mi caso fue también insertarme en una comunidad que le hace honor a su nombre (hay mucha nobleza en esa sala) y exuda pasión por el grabado.

El profesor y artista Ismael Díaz es más que un mentor, es un consejero amable que guía con rigurosidad haciendo el trabajo significativo y el proceso una tarea que va más allá de lo pragmático ligándolo con la investigación.

Aprender en un entorno reflexivo ayuda a discutir y plantear nuevas formas de aprendizaje que invitan a practicar las técnicas de punta seca, aguafuerte y aguatinta con voz propia mientras se desarrolla el hilo conductor de lo que será la producción.



Los temas a develar en cada obra dependen netamente de quien la ejecuta. Esa libertad creativa conlleva una responsabilidad que cada tallerista asume con delicadeza y autocrítica. Cada vez que sale una estampa después de que la prensa terminó su trabajo ocurre el ritual mágico donde los y las asistentes a ese momento se acercan con genuino interés para descubrir el truco que el o la alquimista de turno va a hacer aparecer. Es una comunión evocativa que se repite una y otra vez sin perder nunca la capacidad de asombro. Muchas cosas se pueden controlar bien en el día a día, pero acá la tinta a veces parece tener vida propia para demostrar algo que hasta ese momento era imperceptible para los ojos de quienes no advierten ni asumen su perennidad.

Asistir a un taller permite adentrarse en mundos y procesos creativos muy diferentes entre sí donde los y las participantes desnudan sus ideas y obsesiones. A veces soy la intrusa que admira el talento de estas personas sumamente inventivas; otras, la espectadora atenta a los comentarios; la mayor parte del tiempo, la aprendiz que espera haber absorbido un mínimo de la templanza y camaradería que se comparte, por ejemplo, mientras se prepara la plancha o se espera que ésta salga del mordiente. 

Un observador externo podría pensar que en este taller se generan tiempos muertos, pero en realidad solo se trata de la cautelosa y obligada espera entre procesos que sirve para fomentar la invaluable cualidad de la paciencia. Cualquier error que se pueda cometer, se vuelve una valiosa oportunidad para aprender. Una idea nueva, a veces establece una nueva forma de marcar una matriz. Una conversación al pasar, fácilmente se puede transformar en la próxima idea para grabar.

Normalmente termino con las manos entintadas (insisto, soy solo una aprendiz), pero no me importa. Esa tinta que se queda es mi recordatorio del gesto circular que hice con la tarlatana y se impregnó en mi piel para demarcar la zona entre lo que queda y lo que se va a plasmar.

Ya tengo listas mis primeras estampas. Son simples, son propias, son conejos. Son lo que en este momento me habita y quiero contar. Son lo que el grabado me ha ayudado a expresar. Son mis experimentos y, sus resultados, -cuál tinta indeleble- se van a quedar para siempre en mí. 

Karla Jofré, Placas grabados de la serie Leporidae, planchas de cobre, 15 x 12,5; .2024. Fotografía de la autora.

Karla Jofré, estampas de la serie Leporidae; .2024. Fotografía de la autora

Karla Jofré Maldonado

Karla Jofré Maldonado es traductora de profesión, intérprete de oficio y bordadora de pasión. Su tesis de Magister en Arte la escribió a modo de gabinete de curiosidades personal recopilando impresiones y grabados en Chile. De ahí que este artículo trate sobre uno de esos hitos y sus protagonistas.

Para saber más sobre ella, visita @experimentos_bordados